Ha muerto el profesor Víctor Arias


Buen Viaje, Profesor Víctor Arias

Se ha marchado mi querido profesor Víctor Arias y se ha ido en esta navidad con su sopor de nostalgia, con su soledad, con su tristeza, con el dolor de las injusticias de este mundo.

Murió de nostalgia y tristeza el profesor Víctor Arias. ¡Que lo sepa el mundo! Murió de abandono y soledad un hombre que dio tanto cariño, que formó generaciones.

Yo escribo con lágrimas en los ojos, escribo con pesar y amargura. Yo mismo siento rabia de mi mismo. ¿Dónde yo estaba cuando el profesor sufría y necesitaba una mano amiga? La carretera, siempre la carretera, como el corre-camino infinito de nuestros cuentos de infantiles.

Atravesó otra dimensión el forjador de generaciones, el profesor que nos enseñó que nosotros éramos importantes, el hombre que nos enseñó que en algún lugar del mundo nos esperaban en los porvenires de los tiempos.

Ha muerto el profesor Víctor Arias, solitario, alejado, insólitamente sólo, en una comunidad llamada Bajabonico, de la cual siempre me habló en mi infancia.

El había venido huyendo por razones políticas, porque era un revolucionario de ideas claras, un hombre que no bajó su bandera, un socialista comprometido. Y llegó a la comunidad de La Victoria y se dedicó a la enseñanza y arrastró sus huellas de educador por los valles y montañas.

La política contiene pócimas amargas como la cicuta que ha bebido Sócrates centurias atrás en tierras lejanas. El profesor Víctor Arias fue una víctima de las intolerancias y de las intrigas. Un día fue dejado fuera de las aulas, de las aulas que él amaba, fue alejado de sus alumnos, de la profesión que él amaba como al árbol divino de la vida.

Y luego la desgracia tocó a su puerta. Su amada esposa Ervira había muerto en un accidente de tránsito y el profesor Víctor Arias despareció sin estampar sus huellas, se fue con sus muchachos quien sabe dónde. Y todos se preguntaban ¿Dónde está el poeta? ¿Con la tierra hacía el mar se habría marchado, como diría Pablo Neruda en su Oda a la Tierra? Y un día una discípula lo localizó barbudo, con el rostro cubierto de nieve, encerrado en una choza en su pueblo natal, y correteó ella detrás de mí para entregarme el libro de su autoría “Los Hijos del Carpintero”.

Luego, el poeta, hombre inteligente, capaz de fabricar un transmisor de radio, instaló unos equipos en su casita y allí tenía Internet y entró por el túnel de la modernidad y eso le daba vida a mi querido profesor. Siempre nos comunicábamos. En los días del terremoto que destruyó Puerto Príncipe estuvo desesperado por saber de su querido discípulo.

Lo recuerdo en sus días de esplendor recorriendo las comunidades rurales como inspector de Educación. Un día yo construía unos juguetes debajo de un árbol y él le dijo a mi padre, “Don Vásquez hay que cuidar a ese muchacho, es muy inteligente”. Fue y me pasó la mano por la cabeza y sin saberlo, con ese gesto, me dio un empujón hacia el profesional que soy hoy.

“Mi mayor alegría es verlo llegar un día junto a su esposa y sus hijos. Ya yo soy un pobre viejo barbudo y casi nadie me visita”. Yo le prometí varias veces que le daría la sorpresa, pero los días pasaron y ahora me siento como yermo que no dio los frutos esperados.

El correo de mi amigo Luis Enríquez Antigua Rozón trajo la neblina a mi alma. Mi hija, Melanie, de cinco años, me pregunta por qué lloraba y le digo que lloro por ella, por mí, por el profesor Víctor Arias, y por esta humanidad que se extingue en un vapor de indolencia.

¡Buen viaje, Poeta! ¡Que la estrella divina te guíe por una ruta!