UN AURA VIRGINAL





Desde los días en que Ramírez dominó al toro prieto con la oración de la Santa Camisa, y lo hizo caer, humillado, de rodillas, nada tan raro había pasado en esta comunidad cañera.

Eso fue antes de la zafra del 77, y después el traslado de los bueyes en la víspera de la molienda había transcurrido sin ningún incidente que se reportara en ninguno de los bateyes del ingenio.

Dicen que la boyada comenzaba en un lugar llamado Cojobal, cerca de Bayaguana, donde había un criadero tan grande de animales que daban para alimentar el Ejército Rojo de China Comunista.

Cuando iniciaba la marcha, era enviado un boyero, de avanzada, con una bandera roja, para avisar que cerraran las escuelas, que la gente se cerrara en sus hogares y despejaran el camino.

Muchas personas veían el espectáculo desde el balcón de sus hogares y otros eran tan curiosos que se subían a la cima de un árbol para ver los ejemplares más de cerca.

La boyada inició su paso por Ceiba 12 cuando el reloj de mi padre marcaba las 10:00 de la mañana. Ya había pasado por San Juan de Buena Vista, por San José y Chirino, luego iba rumbo a Reventón, Santa Ana, Mata Mamón, La Altagracia, Yabacao y así…..

Ya casi sólo que daba el polvo y ese olorcito que dejan las reses sudadas, cuando de repente un buey se desprendió de la hilera para iniciar una marcha en retroceso y entrarse en el centro del batey.

Era un buey albino, de ojos grandes, que pesaba como 25 arrobas, y con unos cachos afilados que daban grima.

En uno de los cachos llevaba una cinta roja. Eso dio pánico al pueblo. Cuando un buey llevaba una cinta roja,…. ¡ay Virgen Santa!

El buen albino dobló por la calle del molino y se entró en una callejuela que daba al antiguo almacén de Ireno Moreno. La gente lo siguió con la mirada.

El buey se paró frente a la casa de la doctora Ceferina, que tenía la puerta pintada de rojo y lanzó un bramido infernal. Los boyeros venían tras de él y trataron de rodearlo.

En lo que canta un gallo, el animal dio un brinco y derribó la puerta y penetró al interior. La gente comenzó a gritar y a correr hacia el lugar.

“!Ay! ¡Dios! ¡La va a matar! ¡La va a matar! Adentró está la nieta de la doctora. ¡La va a matar! ¡Pobre angelito!”.

Recuerdo que mi padre corrió con una escopeta, luego pude ver al viejo Pinta Negra que corría con un puñal de 22 pulgadas. La gente trataba de derribar la puerta de atrás.

La niña tenía como unos siete años, era coquetita y de ojos azulosos. El pelo tenía el raro color de la barba del maíz en su estado tierno. Se llamaba Mary.

Esto duró poco. Lo que todo el mundo contó y fue también lo que narró mi padre, es que cuando echaron un vistazo por una de las hendijas, la niña, acariciando su muñeca, conversaba con el toro albino que movía la cabeza mansamente de un lado a otro.

Luego el animal echó hacia atrás y salió por donde mismo había entrado y se fue a juntar con los demás animales que ya habían salido del batey. Por muchos años, la gente dijo que la niña lo dominó porque tenía alma de una virgen santa. Era como un aura virginal.