El Padre Di Lorenzo y el Misterio de Caña-La-Seca




Años más tarde una amiga de infancia me invitó a visitar al padre Di Lorenzo al asilo San Francisco. Ya yo estaba en la universidad y casi había borrado aquellos episodios de mi infancia.. Del central azucarero sólo quedaban tristes recuerdos, unas inmensas naves destartaladas y unos hierros viejos que los ladrones de metales fueron borrando poco a poco y sin piedad.

El mundo había cambiado y ya los políticos no hablan de cuota azucarera, de que la azúcar era la columna vertebral de la economía. En toda la isla se hablaba de una cosa llamada turismo.

¿Y qué es un turista?, preguntó un día un muchacho del batey a otro muchacho que era el que más sabía. ¿Un turista? Es una persona que viene con muchos dólares y lo reparte entre las personas que menos tienen.

¡Que mueran los ingenios y que viva el turismo, carajo!

De la máquina 49, esa que hacía ruidos infernales cuando venía de tardecita a buscar las toneladas de caña cortada por los obreros en la jornada del día, no había quedado nada.

Nunca supe que había sido de las locomotoras, ni de los bueyes de Cojobal, ni de los caballos y mulas, ni de los yipes, ni de los teléfonos de manigueta, ni de las maquinarias de moler la caña.

Cuando un día llegó Fellito de la capital, con un periódico debajo del brazo, alarmado y tembloroso.

!No jodimos!¨, dijo. ¨Van a cerrar los ingenios¨. Y siguió rumbo a su rancho de los Justos de donde no salió en muchos días.

Todos pensaron que estaba loco, pero cuando la radio comenzó a anunciar el asunto aquel, una comisión del pueblo fue ofrecerle su respeto y disculpas a don Fellito.

Todos recordaban la solemnidad con que llegó Fellito un día de junio de 1961. Iba rápido y asustado.

¨! Han matado al Jefe, carajo! Comenzó a llorar. Venía del central azucarero y había escuchado la noticia entre susurro. Además vio desplegada la guardia de San Isidro y se dio cuenta que algo no andaba bien.

En todos los bateyes del central azucarero corrió la noticia de boca en boca, entre susurritos y habladurías. Decían que al Jefe lo habían matado por lo suyo, por envidia, que el presidente había sido traicionado por un grupo de amigo, que en esa muerte había mediado un asunto de faldas. ¡Carajo!, matar a un Presidente por un asunto de falda.

Otras pendejadas más se decían en todos los bateyes, pero lo cierto es que fue Don Fellito quien trajo la noticia a estas tierras. Cuando las cosas ya estaban incontrolables y las habladurías seguían en aumento, el alcalde del pueblo, Don Pinta Negra, mandó a Fellito a la prisión, por jablador, pero el comisario de justicia le dijo que no podía ser una habladuría algo que ya había salido en la prensa y que se escuchaba en las radios de los confines del pueblo y Fellito volvió triunfal y con la credibilidad aumentada.

Ese día que mi amiga me invitó a visitar al Padre Di Lorenzo al asilo, no me acordé de Don Fellito, porque fue él quien determinó, mientras observaba con sus ojitos pequeños, que algo no andaba bien en el sacerdote.

“El padre está sufriendo de algo mental, se le están olvidando las oraciones”, dijo. Esta vez Don Fellito había llegado muy lejos, había cometido una blasfemia. La gente dejó de dirigirle la palabra y Fellito, triste y aislado, se refugió en su rancho y sólo se le veía cuando salía a pescar en el río Cabón.

Después, cuando los médicos de la ciudad confirmaron que el sacerdote estaba enfermo, la gente dijo que Fellito tenía la lengua de chivo.

Años atrás había pasado muchas cosas misteriosas en un lugar llamado Caña-La-Seca y el padre Di Lorenzo había sido testigo de varias arranques de locuras que sufrieron personas víctimas de esos misterios.

La gente decía muchas cosas sobre una maldición china en Caña-La-Seca, donde crecía cañabrava como la verdolaga, donde la tierra se resistía al cultivo de la caña de azúcar, dizque por una supuesta rebeldía de los chinos que fueron expropiados por el ingenio.

Después, nadie podía andar de noche por esas tierras. ¿No recuerdan ustedes al hombre del Chevrolet, que vino a refugiarse en la falda de la viuda Carbonel y luego murió cuando su auto se encontró con las barandillas del puente Ozama?

¿No recuerdan lo que le pasó a Ramírez cuando venía una noche de parranda y tuvo la osadía de pasar por Caña-La-Seca? Medio siglo de misterio siguió a aquel misterio, pues nadie jamás supo que habían visto las personas que cayeron en delirium tremens tras las noches de Caña-La-Seca.

Encontramos al padre Di Lorenzo sentado en una mecedora, con un sopor de paz que parecía despedida. Su mirada estaba borrosa, su pelo bien blanco y escaso, su piel marchitada, sus palabras casi sordas. No era el mismo hombre que anda en el ayer acosando demonios y llevando palabras evangelizadoras a los pobres, montado en un burrito, desafiando lluvias, truenos y relámpagos.

Cuando le preguntamos al padre Di Lorenzo sobre los misterios de Caña-La-Seca, se puso nervioso, luego comenzó a reír como un loco. Luego se paró y fue a buscar un tren de juguete y dijo. “Guarda, io gioco con il mio trenino” ( mira como juego con mi tren) y después se puso serio.

Entonces le dije a mi amiga que todo el misterio consistía en el recorrido del Tren de Media Noche, que transportaba los espíritus en pena de los negros de Saint-Thomas que murieron en la tragedia del Coleman.