TIERRA ALTA
PASTOR VASQUEZ
ceyba@hotmail.com
EL CABO CABA EN BAYAGUANA
Eran los oscuros días del centenario, días nefastos aquellos porque no había petróleo para alimentar las lámparas “jumiadoras”, ni provisiones en los almacenes, pues los barcos no andaban por los pueblos del Caribe, porque el mundo estaba en guerra contra un Mariscal llamado Hitler, y las noches estaban pobladas de miedo y tinieblas.
La tierra estaba seca, los conucos achicharrados por la violencia del trópico y los animales famélicos y agrios. Los perros gritaban de espanto en esas noches de eternas pesadillas; pero el Generalísimo Chapita, que le había declarado la guerra a un mariscal alemán que ni siquiera conocía, seguía gobernando tranquilito, mientras los obispos y sacerdotes exhortaban a la gente a rezar y a rezar, a santiguar velas y velones, y hasta los fósforos, porque se acercaban días apocalípticos.
Y en esos días bajó el Cabo Caba de la montaña, porque había comenzado las fiestas del Santo Cristo de Bayaguana y aunque la guardia rural decía muchas cosas horrendas sobre la crueldad del desertor, el Cabo Caba era devoto del Cristo.
Se decía que el Cabo Caba andaba con un machete de doble filo, un revolver que cogía un solo tiro, un macuto donde llevaba una culebra venenosa, un puñal al cinto y el almanaque de Bristol, con la oración de la Santa Camisa, la que le permitía doblegar al enemigo.
De acuerdo a la leyenda, un día el Cabo Caba se encontró de frente con un guardia rural por los rumbos de Sabana de la Mar y durante un rato se miraron a los ojos sin sacar ninguno de los dos el arma y al rato el rural, tembloroso y humillado se hincó y el Cabo Caba siguió campante su camino.
Era que el Cabo Caba tenía los ojos encandilaos, como el mismo demonio. Eran unos ojos que muchas veces se ponían verdes y en otras ocasiones estaban color canela y, según las malas lenguas, alumbraban la oscuridad de la noche. Nadie jamás había visto en esta isla a un prieto con los ojos así.
La fama del Cabo Caba comenzó en los días en que el General Chachá de Goicochea andaba buscando hombres por las tierras del Este para combatir a los norteamericanos que habían invadido estas tierras entre el 15 –entrando por Haití- y el 16 tocando puertos dominicanos. Y allí estuvo, valiente, temerario y temeroso, el Cabo Caba.
Después, cuando se calmó la cosa, lo reclutaron en el Ejército, como si nada hubiese pasado, pues había domado la yegua del Jefe, en una finca de Cojabal. Como la suerte del hombre pobre dura poco, quiso el destino que el Cabo Caba se encontrara de frente con un oficial que lo reconoció en los días del asunto del General Goicochea, y de allí en adelante sus días fueron tétricos en el Ejército.
La noche de “la misa del gallo”, la guardia rural recorrió los caminos más cercanos al pueblo de Bayaguana detrás de los rastros del Cabo Caba. Y en el mismo corazón del pueblo la fiesta había comenzado con grandes estruendos tras el padre despachar a los feligreses.
Se bebió, se bailó, se jaraneó hasta la salida del Astro Rey. Los guardias estaban orejones porque en la fiesta de atabales que se daba en el parque andaba la partera Carmita Caba y sospechaban que no muy lejos estaba el desertor.
Carmita Caba bailó con todos los viejos que allí estaban disfrutando de esas fiestas que nos dejaron africanos y españoles, en su mezcla violenta que después los sabios llamaron dizque sincretismo racial.
Y en un rincón de la iglesia el sargento Zambeta y sus muchachos ya curtidos en años de rastreo y búsqueda desesperada del Cabo Caba, para cumplir con el sagrado orden de la ley, y también para ganarse la rayita que había prometido El Jefe, conversaban muy amenos en medio de discretos traguitos de ginebra.
-Saingento, si yo veo poi aquí al Cabo Caba, le doy un solo fuetazo con este revoive que lo pongo a tosé como un barraco- decía un caporal en medio de la risita.
-Esa rayita que prometió el Jefe, me la gano yo Cabo, y tal vez hasta un chin más me nos ganemos todos si atrapamos vivos al condenao.
-Huuuuuuuuuuuuuuuuuuuu, ¿Vivo?, mi sargento, hummmmmmm. Ese hombre e` dimasiaaaaaaado peligroso- replicó un recluta.
-Silencio, carajo, usted no tiene derecho a dudar de mi valentía –dijo el Sargento, y la fiesta seguía en su buena, y Carmita Caba baila con los viejos en la enramada del parque, y allí había un viejo canuco, de barbas largas, con un macuto, que sólo reía y reía y tomaba sus tragos de la mamajuana sin decir palabras.
Al parecer el viejo estaba atento, en medio del bullicio de la conversación que a unos pasos de él se desenvolvía entre los jefes de la ley. Y de repente el viejo del macuto se paró y fue hacia ellos.
“Ustedes buscan al Cabo Caba, ustedes buscan, usted sargento una rayita de Teniente, y usted Cabo una rayita de Sargento, y usted recluta una rayita de caporal?”, preguntó el intruso y los demás repicaron con una carcajada burlona.
Y el intruso se quitó el sombrero les hizo una reverencia y luego extrajo de su macuto su culebra y les dijo: “esta es la rayita que ustedes andan buscando, aquí la tienen”.
Dicen que cuando el hombre soltó ese animal estaba el corre- corre ñango y que hasta el sombrero del sargento quedó en el pavimento y el Cabo Caba salió caminando como si nada.
Al otro día encontraron las barbas en una esquina de la iglesia, y el sargento le dijo a Intendente de la Guardia, que vino a investigar, que esas barbas él se las había arrancado de un tiro al Cabo Caba.
PASTOR VASQUEZ
ceyba@hotmail.com
EL CABO CABA EN BAYAGUANA
Eran los oscuros días del centenario, días nefastos aquellos porque no había petróleo para alimentar las lámparas “jumiadoras”, ni provisiones en los almacenes, pues los barcos no andaban por los pueblos del Caribe, porque el mundo estaba en guerra contra un Mariscal llamado Hitler, y las noches estaban pobladas de miedo y tinieblas.
La tierra estaba seca, los conucos achicharrados por la violencia del trópico y los animales famélicos y agrios. Los perros gritaban de espanto en esas noches de eternas pesadillas; pero el Generalísimo Chapita, que le había declarado la guerra a un mariscal alemán que ni siquiera conocía, seguía gobernando tranquilito, mientras los obispos y sacerdotes exhortaban a la gente a rezar y a rezar, a santiguar velas y velones, y hasta los fósforos, porque se acercaban días apocalípticos.
Y en esos días bajó el Cabo Caba de la montaña, porque había comenzado las fiestas del Santo Cristo de Bayaguana y aunque la guardia rural decía muchas cosas horrendas sobre la crueldad del desertor, el Cabo Caba era devoto del Cristo.
Se decía que el Cabo Caba andaba con un machete de doble filo, un revolver que cogía un solo tiro, un macuto donde llevaba una culebra venenosa, un puñal al cinto y el almanaque de Bristol, con la oración de la Santa Camisa, la que le permitía doblegar al enemigo.
De acuerdo a la leyenda, un día el Cabo Caba se encontró de frente con un guardia rural por los rumbos de Sabana de la Mar y durante un rato se miraron a los ojos sin sacar ninguno de los dos el arma y al rato el rural, tembloroso y humillado se hincó y el Cabo Caba siguió campante su camino.
Era que el Cabo Caba tenía los ojos encandilaos, como el mismo demonio. Eran unos ojos que muchas veces se ponían verdes y en otras ocasiones estaban color canela y, según las malas lenguas, alumbraban la oscuridad de la noche. Nadie jamás había visto en esta isla a un prieto con los ojos así.
La fama del Cabo Caba comenzó en los días en que el General Chachá de Goicochea andaba buscando hombres por las tierras del Este para combatir a los norteamericanos que habían invadido estas tierras entre el 15 –entrando por Haití- y el 16 tocando puertos dominicanos. Y allí estuvo, valiente, temerario y temeroso, el Cabo Caba.
Después, cuando se calmó la cosa, lo reclutaron en el Ejército, como si nada hubiese pasado, pues había domado la yegua del Jefe, en una finca de Cojabal. Como la suerte del hombre pobre dura poco, quiso el destino que el Cabo Caba se encontrara de frente con un oficial que lo reconoció en los días del asunto del General Goicochea, y de allí en adelante sus días fueron tétricos en el Ejército.
La noche de “la misa del gallo”, la guardia rural recorrió los caminos más cercanos al pueblo de Bayaguana detrás de los rastros del Cabo Caba. Y en el mismo corazón del pueblo la fiesta había comenzado con grandes estruendos tras el padre despachar a los feligreses.
Se bebió, se bailó, se jaraneó hasta la salida del Astro Rey. Los guardias estaban orejones porque en la fiesta de atabales que se daba en el parque andaba la partera Carmita Caba y sospechaban que no muy lejos estaba el desertor.
Carmita Caba bailó con todos los viejos que allí estaban disfrutando de esas fiestas que nos dejaron africanos y españoles, en su mezcla violenta que después los sabios llamaron dizque sincretismo racial.
Y en un rincón de la iglesia el sargento Zambeta y sus muchachos ya curtidos en años de rastreo y búsqueda desesperada del Cabo Caba, para cumplir con el sagrado orden de la ley, y también para ganarse la rayita que había prometido El Jefe, conversaban muy amenos en medio de discretos traguitos de ginebra.
-Saingento, si yo veo poi aquí al Cabo Caba, le doy un solo fuetazo con este revoive que lo pongo a tosé como un barraco- decía un caporal en medio de la risita.
-Esa rayita que prometió el Jefe, me la gano yo Cabo, y tal vez hasta un chin más me nos ganemos todos si atrapamos vivos al condenao.
-Huuuuuuuuuuuuuuuuuuuu, ¿Vivo?, mi sargento, hummmmmmm. Ese hombre e` dimasiaaaaaaado peligroso- replicó un recluta.
-Silencio, carajo, usted no tiene derecho a dudar de mi valentía –dijo el Sargento, y la fiesta seguía en su buena, y Carmita Caba baila con los viejos en la enramada del parque, y allí había un viejo canuco, de barbas largas, con un macuto, que sólo reía y reía y tomaba sus tragos de la mamajuana sin decir palabras.
Al parecer el viejo estaba atento, en medio del bullicio de la conversación que a unos pasos de él se desenvolvía entre los jefes de la ley. Y de repente el viejo del macuto se paró y fue hacia ellos.
“Ustedes buscan al Cabo Caba, ustedes buscan, usted sargento una rayita de Teniente, y usted Cabo una rayita de Sargento, y usted recluta una rayita de caporal?”, preguntó el intruso y los demás repicaron con una carcajada burlona.
Y el intruso se quitó el sombrero les hizo una reverencia y luego extrajo de su macuto su culebra y les dijo: “esta es la rayita que ustedes andan buscando, aquí la tienen”.
Dicen que cuando el hombre soltó ese animal estaba el corre- corre ñango y que hasta el sombrero del sargento quedó en el pavimento y el Cabo Caba salió caminando como si nada.
Al otro día encontraron las barbas en una esquina de la iglesia, y el sargento le dijo a Intendente de la Guardia, que vino a investigar, que esas barbas él se las había arrancado de un tiro al Cabo Caba.