TIERRA ALTA
PASTOR VASQUEZ
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Ese misterioso camino real comienza en la Ruta de Ceiba 12. Cuando uno deja el Cruce del “Barraco”, a un kilómetro de Los Castillos, se encuentra con otro pequeño cruce y por allí se anda rumbo a Los Mercedes y Hacienda Estrella.
Dicen que ese era el viejo camino por donde el General Chapita, dueño de medio mundo, llegaba a sus posesiones en los días de la Era aquella.
Años atrás llegaron unos inmigrantes procedentes del Japón y se instalaron más acá de La Luisa Prieta, entre la vieja ruta y la carretera de Monte Plata. Detrás de los japoneses llegaron los cibaeños.
El General Chapita construyó casitas iguales para los peregrinos, mientras que a los nativos los trasladó a Los Mercedes. Las malas lenguas decían que el tirano no quería morenitos cerca de Hacienda Estrella.
Después, llegó la industria azucarera y parte de las tierras de Hacienda Estrella, desde Los Mercedes hasta Los Beltranes pasaron al ingenio San Luis, otra porción pasó a otro dueño.
Las leyendas pueblan las noches del prado, desde los días en que andaba los campos el bacá del Jefe arrastrando una cadenita y aullando como lobo en un sopor de misteriosa tiniebla.
Y en esos caminos tenebrosos Bonifacio Morales andaba borracho, en su caballo árabe, de buen pelaje, con su freno lustroso y su silla argentina, cuando lo sorprendió un terremoto, que sólo afectó el radio de su alma y estremeció los ramales de los árboles silenciosos y solitarios de aquel prado que una vez fue del jefe.
El terremoto iba para Bonifacio Morales. Nadie jamás sintió aquel movimiento telúrico que levantó en vilo el valor ancestral de Bonifacio Morales.
“Era como el mismo diablo”, dijo cuando lo interrogaron las autoridades.
Era Bonifacio Morales mayordomo del Jefe y cuando la radio anunció la noticia de que el hombre había caído asesinado por viejos amigos, con premeditación y acechanza, en una vieja autopista del sur. El cibaeño, de bigotes engomados y espuelas de cobre, revolver al cinto y escopeta en manos, mantuvo a rayas a la turba que de campesinos que clamaban por sus antiguas propiedades.
“Aquí naiden va a entrá, coño, pues aunque mataron al Jefe, esta son propiedades dei gobierno y naiden hará fiesta”. Bonifacio Morales hablaba en serio.
El tiempo fue pasando y el Gobierno se olvidó de los novillos suizos, de los platanales, de las cebras, de los caballos árabes, de la gran casa de madera, pintada de verde, con muebles de caoba, de los camiones y tractores. Así Bonifacio Morales, jugando al olvido, logró ser el hombre más rico, desde Ceiba 12 hasta los confines de Monte Plata.
Tal vez el Gobierno olvidó, pero la lengua popular no olvidaba y he aquí que le sacaron una copla:
¨Bonifacio que rico eres,
con las tierras del pueblo
y ajenas mujeres”
Había otro que no olvidaba y esa noche regresó por la tierra de su Jefe. A las seis de la mañana encontraron a Bonifacio atado a una tumba del cementerio, con los ojos desorbitados, temeroso y lleno de pequeñas heridas. El caballo apareció días después donde le dicen Toza, con todo y montura.
Después la gente dijo que fueron obras del bacá y Bonifacio se fue del pueblo. Ahora cada cual tiene un pedazo de la tierra del Jefe.